sábado, 17 de octubre de 2009

El Traje del Emperador

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El traje nuevo del Emperador
Érase un poderoso emperador bastante vanidoso y tan necio que necesitaba de las alabanzas de sus cortesanos y súbditos como del pan de cada día. En tal situación el emperador traía a su sastre por la calle de la amargura.

Tienes que hacerme algo nuevo y original
que cause admiración.
- exigía.

El pobre sastre ya no sabía que inventar. Suerte que los cortesanos alababan mucho todas sus creaciones. Contando con la hipócrita adulación de éstos, un día en el que ya no sabia que hacer se presento ante al emperador con las manos vacías y dijo:

—¡Señor! Os traigo un traje de tela riquísima y especial que solo pueden ver las personas realmente inteligentes y como vos lo sois, decidme, ¿qué os parece la tela, la hechura y el color?

El emperador, puesto en un aprieto se mordió los labios. Pero como no quería pasar por falto de inteligencia lo alabó. El sastre le visitó el inexistente traje entre admiraciones y el pobre soberano, al mirarse en el espejo, no vio más que su desnudez. Aseguró, sin embargo, que el traje era maravilloso. Por fin, se decidió a presentarse ante sus súbditos que, fieles a su costumbre, alabaron exageradamente el rico atavío de Su Majestad Imperial. Y como era día de fiesta, el soberano tuvo que encabezar el cortejo, ataviado únicamente con su ropa interior.

Observó, al atravesar las calles, que las gentes reían con disimulo y le entro cierto temor. Por último, al llegar al estrado donde se alzaba el sillón del trono, un pastorcillo se rió sin el menor disimulo.

—¡Ven aquí y dime el motivo de tu risa! -exigió el monarca.

El pastorcillo, franco y noble, desconocedor de la hipocresía y la adulación, respondió:

—Me río, señor, porque estáis desnudo!

—Llevo un magnifico traje que sólo pueden apreciar las personas inteligentes - explicó él con dignidad.

Entonces se le ocurrió mirar a su primer ministro y le vio enrojecer. Exigió bajo severo castigo que le dijesen la verdad y el alto cortesano aclaró que, en efecto, Su Majestad se encontraba desnudo.

Avergonzado de su vanidad, el monarca echó de su lado a los aduladores y durante el resto de sus días conservó a su lado, como consejero, al humilde pastorcillo cuya virtud era decir la verdad, base de toda sabiduría.

(Hans Christian Andersen 1805 Dinamarca 1875)

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